Identidad y autopercepción: cómo la enfermedad de Parkinson redefine la relación entre cuerpo y mente
“Mi cuerpo cada vez me responde menos o más lento, ya no obedece. Es como si mi cabeza supiera claramente cómo hacerlo y pudiera bailar o correr, pero mis piernas fuesen de plomo y no las pudiese coor…
“Mi cuerpo cada vez me responde menos o más lento, ya no obedece. Es como si mi cabeza supiera claramente cómo hacerlo y pudiera bailar o correr, pero mis piernas fuesen de plomo y no las pudiese coordinar. No me responden a lo que quiero”.
Este podría ser el testimonio condensado de varios similares de pacientes con enfermedad de Parkinson (EP) y resalta el fascinante vínculo entre la conciencia, el cuerpo y ciertas enfermedades neuropsiquiátricas. En este caso, el Parkinson.
Más allá de las secuelas psiquiátricas (Parkinson: cuáles son sus manifestaciones en la salud mental y cómo impactan en el bienestar de los cuidadores), los temblores o la rigidez, estas palabras señalan un fenómeno profundo: la desconexión entre la intención y la acción. Entre la conciencia del yo y su corporeidad.
Esto nos lleva al concepto de lo que se conoce como “mente corporizada o encarnada” (embodied mind), que lleva a otro concepto clave relacionado tanto en neurociencias como en filosofía cognitiva, denominado: “crisis de la corporalidad” (crisis of embodiment), el cual se trata de una fractura, una desconexión, entre la intencionalidad de un acto y la acción.
Esto trasciende lo puramente neurológico para adentrarse en un terreno más amplio, el de lo existencial. Es decir, en la vida cotidiana inmediata. Este cambio de paradigma rompe con la visión cartesiana de una conciencia desarraigada del cuerpo, y propone, en cambio, en el que la mente emerge de la interacción dinámica entre cerebro, cuerpo y entorno.
En relación con estos conceptos, es importante hacer una aclaración: la conciencia no debe verse como una mente o un ‘espectador’ dentro de una caja, el cráneo, que observa el mundo desde allí. En realidad, es una interacción dinámica entre la mente, el cerebro, el entorno y el cuerpo, con todas sus funciones. La conciencia es una experiencia situada, en constante movimiento y retroalimentación, influida por nuestro ser (o estar) en el mundo, como describe Martin Heidegger con su concepto de ‘In-der-Welt-sein’
En resumen, la mente no está separada del cuerpo y la conciencia. Esta conciencia de sí mismo está constantemente modulada por cómo nos movemos, como interactuamos con el medio, como nos sentimos, y no solo como pensamos. Es así que el movimiento tiene una función esencial en la propia autopercepción.
Esto nos lleva al hecho de que la enfermedad de Parkinson no es solo un trastorno del movimiento, sino que muestra claramente como la conciencia—esa mezcla de percepción, voluntad y autoconciencia—se articula con el cuerpo en un flujo único, no separado. Es por eso que esta patología cuestiona nuestros conceptos rígidos respecto a la conciencia y desde la filosofía hasta la neurociencia. Desafía nuestra comprensión de lo que significa ser.
En los pacientes con enfermedad de Parkinson, esta integración esencial se ve fracturada. Lo que se denomina en filosofía de la mente como una crisis de la corporalidad (crisis of embodiment), se manifiesta cuando el cuerpo ya no responde a los impulsos de la voluntad. Esta separación entre intención y acto deja al sujeto en una suerte de limbo existencial: su yo aún desea, imagina y planifica; pero el cuerpo no acompaña.
Esto no es solo una alteración motora: es una herida en el tejido mismo de la identidad.
Cuando el cuerpo redefine la conciencia
La enfermedad de Parkinson se origina por la degeneración de las neuronas dopaminérgicas en la sustancia negra, un núcleo cerebral que actúa como “director de orquesta” de los circuitos ganglio-basales tálamo-corticales. (Qué es el Parkinson “atípico” y cuáles son las terapias para tratar la enfermedad).
Estos circuitos no solo controlan el movimiento, sino también la atención que nos enfoca sobre aquello que debe ser percibido en un momento preciso, la motivación que nos lleva a aquello que es importante para generar una acción determinada, y quizás el más importante, que es la conciencia de ser uno el que actúa con un determinado objetivo y la acción consecuente. Esto última es la conciencia de ¿quién soy?
Una manifestación de esto puede ser el caso de pacientes tratados por ejemplo con levodopa, un tratamiento dopaminérgico para el Parkinson, que en los momentos sin medicación (“OFF”), se les dificulta la acción, pero así también la claridad mental sobre aquello que deben o quieren hacer y hablan de un fenómeno que se ha popularizado como niebla mental. En tanto, en los momentos con levodopa (“ON”), recuperan la claridad mental junto a la capacidad de realizar movimiento. Aquí es claro como los niveles de dopamina modulan tanto el cuerpo como la mente.
El filósofo holandés Baruch de Espinoza definió el “conatus” como el esfuerzo innato por persistir, perseverar en el ser. En medicina, psiquiatría, conación es un término que se refiere a las funciones relacionadas con los impulsos, las motivaciones y la acción que impulsan nuestra existencia práctica.
En la enfermedad de Parkinson, la apatía (es decir, la falta de motivación) podría interpretarse como un bloqueo en la conación debido a la hipoactividad prefrontal-estriatal. Esa falta de motivación, esa dificultad en la conación, definiría la falla en la acción de perseverar en ser, en existir, y, por ende, cuestionaría la propia identidad o conciencia de sí mismo. Dicho de otro modo, la incapacidad de inciar acciones asociada con esta patología interrumpe la conexión con el yo, alterando la percepción personal.
Cuando una persona pierde la capacidad de iniciar acciones significativas —abrazar, caminar, reír, escribir— se debilita no sólo su capacidad funcional, sino también la narrativa del yo. La pregunta que se impone es inquietante: ¿sigo siendo yo si ya no puedo hacer lo que me define? Este es un interrogante que aparece con fuerza en la consulta clínica, especialmente en pacientes conscientes de su deterioro.
Otro fenómeno de alguna manera asociado y, a pesar de no ser frecuente en algunos casos, es la de sentir un miembro, frecuentemente superior, como extraño o ajeno y que no responde. Esto se da en una forma en particular que es el síndrome cortico-basal y se trata de una desconexión entre las áreas motoras suplementarias que planifican el movimiento y el lóbulo parietal que integra la percepción corporal.
En algunos pacientes con enfermedad de Parkinson, y relacionado con la conciencia, también se presenta el trastorno de conducta del sueño REM (por Rapid Eye Movement, movimientos oculares rápidos), que es una fase del sueño caracterizada por movimientos oculares rápidos, intensa actividad cerebral y la mayoría de los sueños vívidos. Esta fase es fundamental para la consolidación de la memoria, el aprendizaje y el equilibrio emocional.
En condiciones normales, durante el sueño REM el cuerpo se encuentra en un estado de atonía muscular. En consecuencia, la incapacidad de realizar movimientos. evitando la acción consecuente a ese contenido mental, que son los sueños. En la alteración de esta etapa del sueño, los pacientes “actúan” sus sueños, como se ve en casos de enfermedad de Parkinson.
Este fenómeno, vinculado a la pérdida de atonía muscular, borra los límites entre vigilia y sueño, generando una severa alteración cognitiva que plantea una angustiante pregunta: ¿qué es real y qué es sueño? En algunos casos, esto da lugar a alteraciones sensoperceptivas como las alucinaciones y un deterioro cognitivo que puede llevar a la demencia (REM behavior disorder, hallucinations and cognitive impairment in Parkinson’s disease: a two-year follow up).
Referente a esto último, la asociación con la demencia (cuerpos de Lewy en hipocampo y corteza), efectivamente llega a ser hasta del 75% de los casos de pacientes con enfermedad de Parkinson de larga duración.
Todos estos fenómenos plantean una progresiva crisis existencial, para quien lo padece y va avanzando en ese proceso, en la que se cuestiona la propia identidad, la conciencia. De este modo, se refuerza la idea de que esta no es únicamente una enfermedad del movimiento, sino una afección sistémica que compromete la estructura misma de la subjetividad.
El cuerpo, con su ubicación y acción en el espacio, forma parte de lo que nos define. Sin embargo, su alteración genera sensaciones de despersonalización, ya que no cuenta (ni nos cuenta) la misma historia. Estos factores hacen que la evaluación y, sobre todo, el acompañamiento de pacientes con enfermedad de Parkinson, deban abordar, entre otros temas, la propia identidad. La conciencia es, en parte, la continuidad de una narrativa vital. En este sentido, cuando el cuerpo ya no puede sostener esa narrativa, el yo tambalea.
Un ejemplo concreto es la persona que se cuestiona, si sigue siendo ella misma al no poder realizar actividades profundamente constitutivas de su personalidad: “¿Soy yo si no puedo abrazar a mis nietos?”. Esta pregunta no busca una respuesta técnica o racional, sino que necesita ser acogida, elaborada y compartida. Por ello, el acompañamiento clínico debe ir más allá del control de síntomas, adentrándose en el terreno existencial, en el reconocimiento y en la preservación de la identidad.
La enfermedad de Parkinson nos recuerda que la conciencia no es un espectador pasivo, sino un tejido frágil entre neuronas, dopamina y la narrativa que llamamos “yo”. Somos tanto carne como historia, tanto dopamina como deseo. No hay conciencia sin cuerpo, ni cuerpo que no module la conciencia. Al estudiar esta enfermedad, no solo tratamos síntomas, sino que también buscamos reconstituir el puente entre la intención y la acción, entre el deseo y el gesto. Exploramos qué nos hace humanos en un cuerpo que, tarde o temprano, quizás nos sea ajeno.
Como escribió el neurólogo Oliver Sacks: “En la enfermedad, el hombre se convierte en sí mismo”. En el Parkinson, quizá, la humanidad se revela con más claridad que en la salud.
* El doctor Enrique De Rosa Alabaster se especializa en temas de salud mental. Es médico psiquiatra, neurólogo, sexólogo y médico legista