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El País

Alexander Nova: La soberanía empieza donde comienza y termina la frontera

Proteger la frontera no es un acto de rechazo, sino un deber histórico que garantiza la continuidad de nuestra nación y la dignidad de quienes la habitan.” Vivimos en una época donde las fronter…

Redacción Telenoticias • May 6, 2025 11:28 am
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Proteger la frontera no es un acto de rechazo, sino un deber histórico que garantiza la continuidad de nuestra nación y la dignidad de quienes la habitan.”

Vivimos en una época donde las fronteras parecen ser vistas, no como garantías de identidad y autodeterminación, sino como obstáculos que deben ser derribados en nombre de una globalización que no siempre responde al bien común.
Algunos centros de poder mundial parecen haber apostado a un futuro sin naciones fuertes, sin raíces, sin límites, donde todo —incluso las personas— se mueva según la lógica del mercado y no de la dignidad humana.

Cuando hablamos de inmigración, estamos ante uno de los fenómenos humanos más antiguos y conmovedores. Migrar ha sido, desde siempre, una expresión legítima de la búsqueda de mejores oportunidades. Nadie puede, en conciencia, negar el drama de quien abandona su tierra empujado por el hambre, la violencia o la desesperanza.
No se trata, pues, de cerrar los ojos al sufrimiento, ni de levantar muros de indiferencia.

Sin embargo, reconocer la tragedia humana de la migración no puede significar abdicar de uno de los derechos más sagrados de los pueblos: el derecho a defender su soberanía, su identidad y su proyecto de nación.
Como he dicho en muchas ocasiones: “Una frontera no es un acto de egoísmo, es un acto de responsabilidad.”
Porque quien no protege su casa, tarde o temprano, pierde su hogar.

La República Dominicana vive hoy uno de esos desafíos que, aunque local en apariencia, refleja una tensión global. Nuestra frontera con Haití no es solo una línea geográfica: es un umbral histórico, cultural y social. Mientras extendemos la mano a quienes buscan ayuda legítima, también tenemos el deber moral de salvaguardar nuestro tejido social, nuestra estabilidad institucional y nuestro derecho a decidir nuestro propio futuro.

El caso dominico-haitiano no es único. Europa, con la crisis migratoria del Mediterráneo; Estados Unidos, en su eterna disyuntiva fronteriza con México; o incluso países africanos que reciben desplazados internos de guerras ajenas, todos reflejan la misma paradoja: cómo equilibrar la solidaridad humana con la preservación nacional.

“La compasión sin orden se convierte en caos. Y el caos nunca ha sido cuna de justicia”, he reflexionado más de una vez ante quienes me preguntan sobre este tema.

No podemos —y no debemos— ceder a la tentación de la deshumanización. Cada inmigrante es, ante todo, una persona. Pero tampoco podemos ceder ante la narrativa que pretende culpabilizar a los Estados que deciden proteger sus fronteras, como si hacerlo fuera un acto de odio o discriminación.

Amar a nuestro país no es oponernos al que sufre. Es simplemente comprender que no se ayuda verdaderamente cuando se destruyen los cimientos que podrían sostener a ambos: al que llega y al que espera.

Como decía un antiguo proverbio: “Para ofrecer refugio a otros, primero debemos tener un hogar donde recibirlos.”

Defender nuestras fronteras no es un acto contra nadie. Es un acto a favor de todos: de nuestra historia, de nuestra cultura, de nuestros hijos, de nuestra paz. Y también, paradójicamente, es una manera de defender al propio migrante, quien merece ser recibido en sistemas organizados, en sociedades capaces de integrar, en marcos de dignidad y respeto.

La frontera no debe ser un muro de odio, pero tampoco puede ser un pasillo abierto al desgobierno.

El mundo que sueñan algunas élites —un mundo sin fronteras, sin raíces, sin memoria— no es el mundo que construye civilización.
Es el mundo que siembra confusión, desarraigo y fragmentación.

Los pueblos que se olvidan de cuidar sus fronteras terminan, más temprano que tarde, olvidándose de sí mismos.

Hoy, más que nunca, urge recordar que proteger la frontera es proteger la esperanza.

Gracias por permitirme compartir esta reflexión.
Gracias por creer que un país no es solo un pedazo de tierra, sino un proyecto humano que merece ser defendido.