“Judith Barsi: La estrella infantil cuyo padre le arrebató la vida a los 10 años”
Con apenas 10 años, la pequeña actriz había logrado insertarse en el circuito de cine y televisión de los Estados Unidos, participando en más de 70 producciones. Pero el crecimiento profesional que la…
Las imágenes que retratan a Judith Barsi en los sets de filmación, sonriente y rodeada de figuras reconocidas de la industria cinematográfica, contrastan con los registros judiciales que, años después, revelaron el contexto de violencia intrafamiliar que marcó sus últimos tiempos de vida.
Con apenas 10 años, la pequeña actriz había logrado insertarse en el circuito de cine y televisión de los Estados Unidos, participando en más de 70 producciones. Pero el crecimiento profesional que la proyectaba como una figura prometedora quedó trunco en julio de 1988, cuando fue asesinada por su propio padre.
Judith Eva Barsi nació el 6 de junio de 1978 en Los Ángeles, California. Sus padres, József y Maria Barsi, eran inmigrantes húngaros que se habían instalado en Estados Unidos con la esperanza de forjar una vida mejor tras haber escapado de su país, a mediados de los años 50, que estaba sojuzgado por la Unión Soviética.
Fue Maria, la madre, quien detectó en Judith un talento precoz para la actuación. La llevó a innumerables audiciones. Pero su carrera no se inició en un casting: Judith fue descubierta a los cinco años por un agente en una pista de hielo. La niña le llamó la atención porque parecía tener dos años menos y era muy comunicativa e ingeniosa. Un diamante en bruto para la pantalla, pensó el ejecutivo de la industria del entretenimiento.
Durante la primera mitad de la década de 1980, Judith se consolidó como una de las niñas actrices más requeridas por productoras y directores. Participó en comerciales, series televisivas y películas de renombre. Entre sus trabajos más destacados figura su actuación en Tiburón 4: La Venganza (1987), donde interpretó a Thea Brody. También prestó su voz para personajes animados en producciones como En busca del valle encantado (1988) y Todos los perros van al cielo (1989), donde su interpretación fue valorada por su expresividad y sensibilidad
Mientras la carrera artística avanzaba, la situación en el ámbito doméstico se deterioraba. József Barsi, padre de Judith, trabajaba como plomero y acumulaba frustraciones personales. El crecimiento profesional de su hija y el protagonismo que adquiría su esposa en la administración de los contratos generaban en él un sentimiento de desplazamiento y resentimiento. A eso se sumaban problemas de alcoholismo, episodios de violencia verbal y física, y una conducta posesiva y amenazante.
Maria, consciente del peligro que representaba su esposo, comenzó a documentar algunos episodios violentos. Tomaba fotografías de los golpes y lesiones sufridas por ella o por su hija, y registraba en notas los incidentes más graves. Sin embargo, el temor a represalias y el destrato padecido en una comisaría en 1986 la llevaron a no avanzar con una denuncia formal en aquel momento. El ambiente en la casa se volvió progresivamente más hostil.
Las señales de alarma también fueron advertidas en otros ámbitos. Docentes y personal de la escuela a la que asistía Judith notaron cambios en su comportamiento. Comenzó a manifestar síntomas de agotamiento físico, perdió peso y dejó de crecer, lo que motivó la consulta médica. Los especialistas determinaron que padecía un cuadro de estrés severo, asociado a su entorno familiar. Algunos dibujos realizados por la niña mostraban escenas de violencia, lo que reforzó las sospechas de que se encontraba expuesta a una situación de maltrato.
A pesar de las señales, las intervenciones institucionales fueron escasas y poco efectivas. Los servicios sociales visitaron el domicilio familiar al menos en una ocasión, pero no se tomaron medidas concretas para proteger a la menor. Maria Barsi reconoció ante los trabajadores sociales que existía violencia en el hogar, pero evitó firmar una denuncia formal por miedo a provocar una reacción aún más violenta por parte de su esposo.
La dinámica de amenazas se intensificó en los meses siguientes. József Barsi reiteraba ante su esposa e incluso ante conocidos que, si ella intentaba irse, mataría a ambas y luego se suicidaría. Ese tipo de amenazas se volvió una constante. Los vecinos también declararon que era común escuchar gritos y discusiones violentas provenientes del interior de la vivienda.
A mediados de 1988, Maria comenzó a planificar la mudanza a una nueva casa junto a Judith, con la intención de separarse definitivamente. Había alquilado otra propiedad y había iniciado gestiones para formalizar la separación. Sin embargo, no logró concretar la salida a tiempo. El 25 de julio de 1988, hace 37 años, durante la madrugada, József ingresó en la habitación donde dormía su hija y le disparó en la cabeza. Luego asesinó a su esposa con el mismo arma.
Los cuerpos permanecieron en el domicilio durante un par de días. József también se quedó allí, en silencio. Finalmente, roció el interior de la casa con nafta, prendió fuego las habitaciones donde yacían los cuerpos de su hija y su esposa, y se suicidó en el garaje con un disparo. El incendio alertó a los vecinos, quienes llamaron a los bomberos. Cuando las autoridades llegaron al lugar, encontraron los tres cuerpos calcinados.
El caso conmocionó a la opinión pública. Judith Barsi era una figura conocida, especialmente entre el público infantil. La noticia de su asesinato generó impacto en los medios y provocó cuestionamientos sobre el funcionamiento de los servicios de protección infantil en Estados Unidos. Los registros de los trabajadores sociales y los antecedentes de violencia evidenciaron una cadena de omisiones y respuestas tardías.
Las investigaciones posteriores confirmaron que la familia Barsi atravesaba una situación de violencia doméstica crónica. József tenía antecedentes de amenazas, y Maria había intentado buscar ayuda en más de una ocasión. El caso fue considerado un ejemplo de femicidio seguido de filicidio y suicidio, en un contexto donde las medidas de protección a las víctimas eran limitadas.
La industria del cine también reaccionó. Las producciones en las que Judith había participado incluyeron mensajes póstumos en los créditos. En Todos los perros van al cielo, estrenada tras su muerte, se incorporó una dedicatoria en su memoria. Compañeros de trabajo, directores y productores recordaron su profesionalismo y su entrega, pese a su corta edad.
La tumba de Judith Eva Barsi en el cementerio Forest Lawn Memorial Park se convirtió en un punto de visita habitual para seguidores y admiradores. Allí desconocidos dejan flores, cartas y juguetes como forma de homenaje. En paralelo, organizaciones vinculadas a la infancia comenzaron a utilizar el caso como ejemplo en campañas de concientización sobre violencia intrafamiliar.
Judith Barsi tenía diez años al momento de su muerte. Su carrera, interrumpida de forma abrupta, había incluido participaciones en filmes de éxito y un reconocimiento creciente en la industria. Su historia, reconstruida a través de documentos, declaraciones y registros oficiales, forma parte de un capítulo trágico en la historia del cine estadounidense.