Joven cumple inspiradora promesa tras sufrir dos infartos cerebrales
A los 30 años, la joven exitosa abogada Lísia Daniella Lustoza Ferro sufrió un ataque isquémico transitorio (AIT). Luego, dos accidentes cerebrovasculares isquémicos (ACV). Permaneció en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) durante 25 días, comunicándose solo con los ojos, parpadeando, ya que el resto de su cuerpo quedó completamente paralizado.
A los 30 años, la joven exitosa abogada Lísia Daniella Lustoza Ferro sufrió un ataque isquémico transitorio (AIT). Luego, dos accidentes cerebrovasculares isquémicos (ACV). Permaneció en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) durante 25 días, comunicándose solo con los ojos, parpadeando, ya que el resto de su cuerpo quedó completamente paralizado.
«La Lísia de antes era adicta al trabajo», dice de ella misma, en una entrevista con BBC News Brasil.
«Tenía a mi cargo dos estudios de abogados, lo que me obligaba a manejar mucho. Y eso se sumaba a la rutina de audiencias, atención al público y muchos plazos por cumplir», cuenta.
Aun así, comía bien, hacía ejercicio, estaba al día con los exámenes de rutina, solo bebía socialmente y no fumaba.
Por eso cree que el ritmo frenético de trabajo explica el desenlace de ese período.
Todo empezó en julio de 2019.
Lísia estaba a punto de disfrutar de las vacaciones que había soñado, cuando empezó a sentir una tortícolis muy fuerte. Pero se automedicó y siguió con su vida.
Esa misma semana, la joven abogada comenzó a escuchar un zumbido en su oído. Fue entonces cuando buscó a un otorrinolaringólogo que, a su vez, la examinó y no encontró nada malo. Sin embargo, le dieron medicamentos para aliviar el dolor.
Se volvió a enfocar en sus vacaciones del próximo mes.
Pero, cuando se le terminó la medicina, el dolor volvió.
Apenas podía levantarse de la cama y comer. Así que fue de nuevo al hospital.
«Fui y volví cuatro o cinco veces y no identificaron el ictus», recuerda.
«Un médico decía que era una reacción a los medicamentos que había tomado, otros que los síntomas estaban relacionados con la tortícolis, otros decían que era porque estaba muy delgada y tenía el cuerpo debilitado, y así».
«Perdí el control de mi mano izquierda: comenzó a moverse sola, comencé a tener hormigueo en la cara, tenía dificultad para hablar, mi lengua se me trababa con frecuencia, pero nadie sospechaba, y yo tampoco», dice.
Incluso le hicieron una tomografía, que no detectó el ictus.
Sólo se supo que se trataba de un ataque isquémico transitorio (un miniderrame) después de que ella le pidiera ayuda a una amiga ginecóloga.
Luego de estas idas y venidas, el 8 de agosto de 2019, cuando estaba lista para viajar, sintió que su pierna se debilitaba, regresó al hospital y los exámenes arrojaron que sufría un accidente cerebrovascular isquémico (infarto cerebral) en una región del cerebro que, al parecer, la dejaría con secuelas motoras.
Al día siguiente, entró en coma y tuvo su segundo derrame cerebral.
El 10 de agosto, Lísia despertó del coma, tetrapléjica.
«Wow, fue horrible. Yo sabía que estaba en un hospital, pero me desperté en otra habitación, porque estaba en la UCI y en ese momento no había nadie a mi lado.
«No podía ni llorar, solo podía escuchar a esas enfermeras a mi alrededor», recuerda.
«La sensación es de estar enterrado, como si tuvieras piedras gigantes por todo el cuerpo que te impiden moverte», describe la abogada.
El sorprendente comienzo
A medida que pasaban los días en la UCI, Lísia pudo sostener un poco el cuello y sentarse con apoyo, pero no podía mover los brazos y las piernas.
Posteriormente, los fisioterapeutas la pusieron de pie mientras las enfermeras la sujetaban.
«No fue solo un mes en la UCI. Fue toda una vida. Se sintió como si fueran 30 años», intenta resumir la joven.
Lísia se fue a casa en camilla, porque todavía no podía sostenerse en una silla de ruedas, y continuó con el tratamiento que había iniciado en la UCI.
«Cuando llegó a la casa, ella parpadeaba para comunicarse, se alimentaba a través de un tubo, usaba un pañal», recuerda Stéphanie Neiva Gayoso Hagestedt, fisioterapeuta especialista en cuidados intensivos, quien fue responsable de buena parte del proceso de rehabilitación de Lísia.
Y para facilitar la comunicación, la familia utilizaba señas para tratar de identificar sus sentimientos: si estaba adoloría, emocionada o triste.
«Hacíamos terapia tres veces al día. Fue muy intenso. Sentía mucho dolor, pero no podía expresarlo, solo le salían lágrimas de los ojos», relata la fisioterapeuta emocionada.
Sin embargo, en un corto período de tiempo, todo cambió por completo.
«Me emociono contándolo. En dos meses tuvimos muchos resultados: empezó a hablar, podía comer, caminaba con dificultad, la entrenamos. Después solo era cuestión de mejorar», dice la fisioterapeuta.
«Ella fue un milagro: el caso de rehabilitación más rápido que he tenido hasta la fecha», agrega.
En total, el proceso de rehabilitación duró alrededor de un año, tiempo durante el cual recuperó realmente su plena independencia.
«Tuve que volver a aprender a comer, cepillarme los dientes, acostarme y levantarme, vestirme, escribir», describe Lísia.
Las promesas cumplidas
La joven recuerda claramente que, durante el período en que solo podía parpadear, estaba consciente.
«Pensé que tenía dinero en mi cuenta para tomarme esas vacaciones programadas, pero que no valía nada. Me di cuenta de que lo que realmente importaba era mi familia y mis amigos«, señala.
Como sufrió dos infartos, las posibilidades de que quedara tetrapléjica eran altas, según los médicos. Por ello, su mejor amiga, Sheila, acudió al hospital con la intención de despedirse, pues creía que ella no soportaría vivir en esas condiciones.
«Llegó y tuvo la idea milagrosa de crear el abecedario en un cartel para que yo pudiera comunicarme parpadeando. Entonces empezó a venir todos los días con este cartel», cuenta.
Sheila incluso le leyó a su amiga un libro sobre los accidentes cerebrovasculares que decía que había posibilidades de recuperación.
Fue entonces cuando llegó la primera promesa: si lograba salir de esa situación y recuperarse por completo, escribiría un libro contando su historia.
«Eso pasó. Mi libro se llama ‘Cómo así AVC’ y se publicó el año pasado. El título se definió precisamente porque esa era exactamente la pregunta que me hice cuando me enteré de lo que me había pasado», relata emocionada.
Pero las promesas no quedaron ahí: en una de esas visitas, como una forma de animarla a creer que saldría de esa situación, Sheila sugirió que cuando Lísia se recuperara, correrían una maratón.
«Cuando volví a hablar dije que no pensaba que lograría correr un maratón, pero sí medio, en Río de Janeiro», celebra la sobreviviente.
Marcelo Valadares, neurocirujano, médico del Hospital Israelita Albert Einstein (SP) e investigador de la Disciplina de Neurocirugía de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Estadual de Campinas (Unicamp), afirma que este tipo de recuperación no es común ni frecuente.
«Puede que las circunstancias la hayan llevado al punto en que solo podía comunicarse a través de los ojos, pero no se espera que una persona se quede semanas con una secuela así y se recupere por completo».
«Pero nada es imposible, sabemos que nuestro cuerpo está una caja de sorpresas«, argumenta el experto.
Para la fisioterapeuta que siguió de cerca la condición, desde el punto de vista técnico, la recuperación también fue sorprendente.
«Dado el tamaño de la lesión y su ubicación, el médico que la atendió y yo teníamos un pronóstico muy reservado. Para mí, lo máximo que iba a poder hacer con ella iba a ser controlar el tronco para que pudiera permanecer sentada, o que tuviera un poco de un poco de fuerza para comunicarse con los dedos, porque la lesión ocurrió en varios lugares del cerebro, incluido el tronco encefálico, que es responsable de nuestra coordinación motora, caminar, hablar», explica Hagestedt.
Ahora, la especialista se emociona al ver que Lísia logró cumplir las promesas hechas en la UCI, y admite que ella misma no creía que eso fuera posible.
«Hoy lloro cuando veo el video de esta media maratón, y se lo muestro a otros pacientes para animarlos».
Las prioridades han cambiado
Lísia se ha recuperado por completo. Y hoy, a los 33 años, sus prioridades ha cambiado.
«Mi trabajo es importante porque es mi sustento, pero ya no es mi prioridad. Cambié mi vida por completo. Hoy, mi prioridad es hacer ejercicio y tener mis momentos de descanso. Empecé a ver con más cariño a las personas que estaban y siguen estando conmigo, y a sacar tiempo para estar realmente con ellos», dice.
Lisia renunció a las dos grandes oficinas en las que trabajaba y comenzó a trabajar sola, en una rutina más sana.
«Ahora, además de abogada, soy escritora y deportista aficionada», celebra, afirmando que cada agosto cumplirá un increíble deseo que tiene, mientras viva, de nunca olvidar su experiencia y celebrar su nueva oportunidad. «Volví a nacer», concluye.
Joven cumple inspiradora promesa tras sufrir dos infartos cerebrales
Más información sobre ACV
El accidente cerebrovascular se define principalmente en dos grandes grupos: el primero es isquémico, cuando existe obstrucción de un vaso y/o arteria cerebral que impide que la sangre llegue al lugar. El otro es hemorrágico, que ocurre cuando se rompe un vaso sanguíneo.
Cuando una persona tiene un derrame cerebral, la región del cerebro donde ocurrió el evento no recibe el oxígeno y los nutrientes que llegan por la sangre. Como resultado, las células mueren. Por lo tanto, el paciente puede sufrir daños temporales o irreversibles.
Según la Academia Brasileña de Neurología (ABN), el accidente cerebrovascular isquémico es el más frecuente y corresponde a cerca del 85% de todos los casos. Por otro lado, el ictus hemorrágico tiende a ser más mortal y representa alrededor del 15% del total.