AREQUIPA, Perú (AP) — El último día de vida de Javier Vilca, su esposa se colocó ante una ventana del hospital con un oso de felpa, globos rojos y una caja de bombones para celebrar su cumpleaños, y sostenía un enorme cartel con el mensaje: “No te rindas. Eres el hombre más bueno del mundo”.
Unos minutos después, Vilca, un periodista de radio de 43 años que había luchado contra la depresión, murió tras arrojarse desde cuatro pisos de altura, el quinto suicidio de un paciente de COVID-19 en el sobrepasado hospital Honorio Delgado de Perú desde el inicio de la pandemia.
Vilca se convirtió en otro símbolo de la desesperación causada por el coronavirus y de la gran y aparentemente creciente desigualdad que dejó al descubierto el COVID-19 mientras acumulaba 4 millones de muertos en todo el mundo, un hito registrado el miércoles por la Universidad Johns Hopkins.
En el hospital donde murió Vilca el 24 de junio, un único médico y tres enfermeras trabajaban a destajo para atender a 80 pacientes en un ala improvisada y abarrotada, mientras Vilca trataba de respirar pese al desabastecimiento de oxígeno embotellado.
“Él me dijo: ¡Yo voy a salir!”, dijo Nohemí Huanacchire mientras lloraba sobre el ataúd en su casa a medio construir, sin electricidad a las afueras de Arequipa, la segunda ciudad más grande de Perú. “Y nunca más lo vi”.
El número de vidas perdidas en todo el mundo durante el último año y medio es similar a la población de Los Ángeles o la nación de Georgia. Es tres veces el número de fallecidos en accidentes de tráfico en todo el planeta cada año. Según algunas estimaciones, equivale aproximadamente al número de muertos en combate en todas las guerras del mundo desde 1982.
Aun así, hay una opinión mayoritaria de que la cifra está por debajo de lo real, debido a casos que pasaron desapercibidos o a encubrimiento deliberado.
Más de seis meses después de que empezara a haber vacunas disponibles, las muertes por COVID-19 reportadas en todo el mundo han caído a unas 7.900 al día, en comparación con el pico de 18.000 diarias en enero. La Organización Mundial de la Salud registró apenas 54.000 muertes la semana pasada, el total semanal más bajo desde el pasado octubre.
Aunque las campañas de vacunación en Estados Unidos y partes de Europa han abierto un periodo de euforia tras los confinamientos, y se ha iniciado la vacunación de niños para que puedan volver a campamentos de verano y escuelas, las tasas de contagio se mantienen altas en muchos lugares de América del Sur y el sureste asiático. Y millones de personas siguen sin protección en África debido a la grave escasez de vacunas.
Además, la contagiosa variante delta se expande con rapidez, hace sonar las alarmas y, en algunos casos, dispara el número de infecciones. La crisis se convierte cada vez más en una carrera entre la vacuna y esa versión mutada del virus.