Indignación tras asesinato de jesuitas en el norte de México
La tristeza y la indignación recorrían el miércoles las montañas y profundos cañones de la sierra Tarahumara, en el noroeste de México, mientras las autoridades investigan el asesinato de dos sacerdotes jesuitas y un guía turístico en una iglesia de una zona indígena de alta pobreza y marginación ocupada desde hace años por el crimen organizado.
México (AP).- La tristeza y la indignación recorrían el miércoles las montañas y profundos cañones de la sierra Tarahumara, en el noroeste de México, mientras las autoridades investigan el asesinato de dos sacerdotes jesuitas y un guía turístico en una iglesia de una zona indígena de alta pobreza y marginación ocupada desde hace años por el crimen organizado.
Javier Campos, también conocido como “El Gallo”, de 79 años, llevaba medio siglo en la misión jesuita de esa sierra que en los años 70, cuando no había carreteras, recorría en una moto. Joaquín Mora, un año mayor, lo acompañaba desde hacía más de dos décadas.
Los religiosos eran personas respetadas por todos en esas montañas boscosas en las que realizaban su labor, la cual se vio interrumpida abruptamente el lunes al ser asesinados junto a un laico en la iglesia de la comunidad de Cerocahui.
El presidente Andrés Manuel López Obrador reconoció el miércoles que el atacante ya estaba identificado y que enfrentaba una orden de captura desde 2018 —nunca ejecutada— por el homicidio de un turista estadounidense en esas mismas montañas del estado de Chihuahua, las cuales limitan con los estados de Sinaloa y Sonora.
Campos, nacido en la Ciudad de México y apodado “El Gallo” por lo bien que imitaba a ese animal, y Mora, conocido por el diminutivo de “Morita”, estaban totalmente integrados entre los indígenas tarahumaras (o rarámuris). Hacían labor social, defendían su cultura y promovían servicios básicos y educación.
Eran “figuras de autoridad moral, personas que generaban equilibrios en la comunidad”, dijo el martes por la noche el también jesuita Jorge Atilano durante una misa en su honor en la capital del país. “Su palabra era tomada en cuenta”.
Durante mucho tiempo los religiosos pudieron evitar que la violencia no los tocara en forma directa, pero esta semana ya no les fue posible.
Los sacerdotes conocían a su asesino porque era un líder criminal local, explicó otro jesuita veterano de la sierra, Javier Ávila. En una entrevista a una radio local que él ayudó a fundar, comentó que el agresor estaba “fuera de sí, alcoholizado” y que, aunque después de los primeros disparos uno de los religiosos intentó calmarlo, no lo logró.
Primero mató al laico, del que las autoridades dijeron era un guía turístico local, luego a uno de los sacerdotes que acudió en su ayuda y después al otro. Lanzó los cuerpos a una camioneta y se los llevó pese a las súplicas de un tercer cura que sobrevivió y contó lo sucedido.
La Compañía de Jesús pidió proteger a religiosos, laicos y vecinos de Cerocahui, un pueblo de unos 1.000 habitantes que recibe a algunos turistas amantes de la naturaleza, pero donde todo se mueve bajo la atenta mirada de gente armada. Por eso, durante las horas siguientes al crimen, todos callaron.
“Les dijeron: ‘si ustedes hablan y hay algún movimiento, vengo por todos ustedes y los mato a todos’”, contó Ávila.
Dos días después, el gobierno de Chihuahua solicitó la colaboración ciudadana y ofreció una recompensa de hasta 250.000 dólares para quien ayude a capturar al prófugo mientras las fuerzas armadas se desplegaban por la zona.