Dos años después de que un comando armado asesinara en su casa, en plena noche, al presidente Jovenel Moïse, Haití sigue malviviendo en las tinieblas.
Lejos de resolverse, con avances judiciales a cuentagotas, el magnicidio que conmocionó al mundo sumió al país caribeño en un caos político, humanitario y de seguridad.
La sensación de vacío de poder ha empoderado a las temibles bandas criminales, que imponen el terror a su antojo: matan, violan, secuestran y saquean.
Hartos de tanto atropello, de tanta ausencia policial y de tanta corrupción, algunos haitianos empezaron a defenderse, a tomarse la justicia por su mano. Eso ha dejado escenas dantescas de linchamientos populares de presuntos pandilleros, que en ocasiones son quemados vivos en plena calle.